...y mientras leía su epitafio, se dio cuenta que aún caminaba entre tinieblas. De nada había bastado todo ese derroche de buenas obras por el cual lo recordaban. Agudizó su oído y escuchó voces de ángeles que se perdían entre los ecos del vacío. Ya no quedaba nada por hacer, y él lo sabía. Una lágrima en su ojo izquierdo fue el único adagio que sopló por un momento un sencillo arrepentimiento, y un suspiro de perdón. Arrastrando sus pies siguió el sendero hacia el fondo, cada vez más oscuro; más hondo. Y su piel se fue desmoronando con cada pisada que daba hasta convertirse en ceniza; ceniza que caía sobre su tumba...
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