Como quien despierta de una pesadilla abrí mis ojos y me senté de manera estrepitosa. Traté de caer en cuenta de en dónde me encontraba, por lo que observé detenidamente cada detalle de mi entorno. Estaba oscuro, buen presagio de que quizás iba a llover, pero al sentir la tierra y el zacate mojados en mis manos noté que más bien ya había llovido.
Me sentí perdido, desconcertado y un tanto apesadumbrado. Quién sabe cuánto tiempo había perdido mientras tenía mis ojos cerrados y quién sabe cuántas cosas había dejado pasar. Me quedé absorto mirando el horizonte. Ya no era tan hermoso como lo había imaginado. Densas nubes cubrían gran parte del mismo y me tapaban la luz del sol y el viento hacía más helado el frío cuando me pegaba en mis ropas húmedas.
Dado que me encontraba en lo más alto de un campo verde y con vista a la ciudad, supuse que había estado comiendo algo en una especie de pic-nic. Mi sorpresa tiñó de preocupación mi realidad cuando vi lo que se hallaba a mi alrededor.
Eran frutas y carnes, bebidas y postres, podridas; llenas de moscas y de gusanos, esparcidas y humedecidas sobre el suelo. También observé mis sueños, cubiertos de hormigas, y mis anhelos rancios y aplastados por un aguacero.
Por un momento quise rescatar mis esperanzas cuando menos, pero al tomarlas, estas se me escurrían entre los dedos como si fueran granos de arena.
Pero el dolor más grande lo sentí cuando me percaté que ella estaba a mi lado, dormida aún, quizás soñando la misma pesadilla que yo había vivido antes. Y fue entonces cuando comprendí lo que estaba haciendo, y lo que debía hacer a partir de ahora. Me puse de rodillas, me negué a mi mismo, junté mis manos a las de ella y cerré mis ojos. Esta vez no sería para dormir, sino para vislumbrar el camino de vuelta a casa.
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